Carta No. 6
Hola, hola, ¿qué más pues?
El día que les envié la carta hablando justo del presente pasó algo que se conectó: alguien de Riosucio que conocí cuando era niña, que fuimos vecinas, se murió. Pasé muchos días pensando en ella porque murió de repente (no estaba enferma), era tres años mayor que yo y tenía una hija de 12 años, creo que esa era la edad, en todo caso una niña todavía. Me hizo pensar en que uno de mis mayores miedos siempre ha sido que la mamá se muera. Pequeña, cuando todavía rezaba por las noches, siempre le pedía a Dios que cuidara a la mamá, por favor, que no quería ser huérfana. Todavía no quiero ser huérfana, así ya esté grande y sea adulta. Y, sin embargo, la muerte es siempre una posibilidad que nos mantiene vivos. Desde ese día he estado escribiendo poemas sobre muertos. El tema me atrapa. Desde el viernes el punto de partida de los poemas ha sido la ropa con la que enterraron a los muertos que están en mi bolsita de muertos: el papá, la abuela Blanca, la abuela Consejo, la tía Judiela. Ahí voy. Me he reído mucho con las cosas que se me ocurren en los poemas, por ejemplo, en el de la abuela Blanca, escribí: y ya nunca más tuve que decirle a la abuela/ que se subiera las cargaderas/ porque en la muerte no importa que las tetas estén caídas. No pienso mucho qué pongo en los poemas cuando los estoy escribiendo, dejo que salgan como los siento y luego me devuelvo a editarlos y a quitar cosas. Todavía no me han dado ganas de quitar nada del poema de la abuela Blanca, y me sigo riendo con ella porque justo me acordé de esa imagen: la abuelita no le ajustaba las cargaderas al brassier, así que el brassier no tenía ningún efecto sobre sus senos, y a mí me gustaba decirle, subirle la cargadera, y ella me regañaba pero igual nos reíamos un montón. Y eso me hizo pensar en que la muerte la miramos con mucha solemnidad, que nos da miedo decir cosas de los muertos, y por eso todos los muertos terminan siendo buenos muertos. No hay muerto malo es el dicho. Y la muerte no debería ser tan solemne, claro, es triste, muy triste, pero luego también están todos esos recuerdos bonitos que uno tiene y que está bien reírnos con los muertos. Tal vez así tendríamos una mejor relación con ellos. A veces la gente me pregunta de qué estoy escribiendo, y digo: estoy escribiendo de mi papá, que lo mataron cuando era niña. Y todavía me dicen lo siento, siento mucho que hayan matado a su papá. Y yo los miro y pienso, han pasado muchos años, mi relación con el muerto que es el papá es distinta. Pero no lo digo, porque es más fácil decir gracias y porque los entiendo. Aunque a veces no me aguanto y digo, está bien, no pasa nada. Ahora, él siempre será mi muerto, y por eso escribo de él, pero no encuentro por qué hay que sentirse mal. Después de tantos años lo que me queda es reírme con él, escudriñarlo, inventarlo. Yo sí creo que los muertos son de las cosas más difíciles y tristes, pero que también necesitamos hablar más de ellos con emociones distintas: la tristeza, claro, pero también la felicidad que nos dieron, lo que nos dejaron, lo que hicimos con ellos, lo que no hicimos. Deberíamos poder hablar de la muerte sin tanto miedo porque todos nos vamos a morir y porque, ya lo dijimos, saber que nos vamos a morir nos hace pensar que hay que disfrutar el presente, vivir. Y eso me hace pensar también en el miedo que nos da la tristeza. Si alguien dice que está triste, temblamos. Deberíamos temblar si alguien todo el tiempo está feliz. Por qué no voy a estar triste si termino con alguien, por ejemplo. O por qué no voy a estar triste si ya no voy a volver a hablar con alguien que consideraba mi amiga. Por qué no voy a estar triste porque no he logrado escribir un capítulo nuevo. No sé, tal vez a veces me repito en las cartas, pero quizá hoy estoy pensando en una defensa de los sentimientos, de todos, y de que podamos hablar de dolores tan fuertes como la muerte, pero también de otros más simples que también nos mueven. Porque la vida es todo eso que pasa al tiempo. Alguien me preguntó que qué me parecía tener una relación y meterse en una burbuja en la que no hubiesen problemas y se alejaran del mundo. No, dije, porque la vida es todo lo que hay, incluyendo los problemas. Las burbujas explotan y cuando explotan pueden arrasar con todo. Justo me terminé de leer el libro On Chesil Beach de Ian McEwan, y la idea es simple: una pareja se casa y ella no quiere tener sexo, le aterra pensar en esa noche de bodas, en tener que tocar, en que su esposo la penetre. Ni siquiera le gustan los besos con lengua. Así que tiene una idea para él, pero se la dirá en el peor momento. Y lo que me hizo pensar es en la importancia de las conversaciones, de escuchar al otro. Ese silencio los lleva al desastre total, y desde afuera uno piensa: se pudo resolver conversando desde el principio, pero el miedo los arrolló, así como el no preguntar, el no decir, la falta de conocimiento. El miedo a enfrentar el problema. El miedo a hablar. Y pensaba que eso somos también, el miedo que nos da hablar de cosas difíciles, como la muerte, como la tristeza, como eso que nos pasa cuando terminamos con alguien y que en inglés es broken heart, que es una metáfora tan bella: corazón roto. No quiero negarme a todo eso, a sentir. Quiero seguir sintiendo que uno de mis grandes miedos es que se muera la mamá y también quiero reírme con mis muertos de lo que haya que reírme. En el poema de la tía Judiela, por ejemplo, escribí: aunque la tía Judiela se había muerto hace rato en esa cama/ antes de tiempo/ cuando el cáncer se le fue comiendo todo/ y quedaron solo la piel y los huesos /pobres gusanos en el cementerio /que tuvieron poco que comer.
Con un abrazo,
Camila.
Pd: Voy a dejarles una foto muy bella porque la nieve ha llegado.
Una de mis poetas favoritas es Mary Oliver. Me la presentó una amiga, La Rojis, y me compartió un pdf de sus poemas. Wow, dije. En el grupo de poesía en el que estuve un buen rato, un grupo que me hizo muy feliz mucho tiempo, sobre todo por las recomendaciones de Manuela Gómez, la poeta que lo guiaba, podríamos haber creado un club de fans enamoradas. Ni siquiera la podíamos mencionar porque nos derretíamos. Tengo muchos poemas favoritos, pero este fue el primero que conocí. Y además, pueden escucharla en un pódcast en una entrevista en inglés maravillosa. Les dejo el link, por si acaso.
El viaje
Un día supiste por fin
lo que tenías que hacer, y empezaste,
aunque a tu alrededor las voces
seguían gritando
sus malos consejos ---
aunque toda la casa
empezó a temblar
y sentiste el antiguo tirón
en los tobillos.
“¡Arreglame la vida!”
gritaba cada voz.
Pero no paraste.
Sabías lo que tenías que hacer,
aunque el viento hurgaba
con sus dedos rígidos
en las bases mismas ---
aunque su melancolía
fuese terrible. Ya era bastante
tarde, y una noche salvaje,
y la calle llena de ramas
caídas y de piedras.
Pero de a poco,
mientras dejabas las voces atrás,
las estrellas empezaron a arder
entre las sábanas de nubes,
y había una voz nueva,
que lentamente
reconociste como tu propia voz,
que te acompañaba
mientras te adentrabas más y más
en el mundo,
decidida a hacer
lo único que podías hacer --- decidida a salvar
la única vida que podías salvar.
Este lo descubrí hace poco (hace parte de un poema más largo), y no he encontrado la traducción, pero ahí va:
Oh the house of denial has thick walls
and very small windows
and whoever lives there, little by little,
will turn to stone.
In those years I did everything I could do
and I did it in the dark –
I mean, without understanding.
I ran away.
I ran away again.
Then, again, I ran away.
They were awfully little, those bees,
and maybe frightened,
yet unstoppably they flew on, somewhere,
to live their life.
Cuántos muertos, papá.
Cuántas nuevas mamás como la abuela
que escuchaba tu nombre y lloraba.
Cuántos niños sin papá
que van a cargar un muerto en la mitad
en un hueco que no se quita
en un abrazo que no cierra.
Bienvenidos, les digo,
los recibimos en este mundo
en el que de noche
les hablamos a los muertos
los aprendemos a querer aunque no estén
hacemos sonreír las fotos
les pedimos consejo para lavar los platos
nos enojamos porque no entendemos
si la puerta que se mueve es la respuesta
los sentamos en la silla del carro para que nos cuiden
los regañamos por haberse ido.
Perdonamos al que disparó,
también al que mandó a disparar.
Nos levantamos cada día
estudiamos, trabajamos, seguimos.
Vivimos, papá.
Y, sin embargo, cuántos muertos
que podrían estar en casa.
Vos, por ejemplo.